sábado, 1 de mayo de 2010

La hija de Jairo, y la mujer que tocó el manto de Jesús
(Mt. 9.18-26; Lc. 8.40-56)

  Pasando otra vez Jesús en una barca a la otra orilla, se reunió alrededor de él una gran multitud; y él estaba junto al mar.
     Y vino uno de los principales de la sinagoga, llamado Jairo; y luego que le vio, se postró a sus pies,
     y le rogaba mucho, diciendo: Mi hija está agonizando; ven y pon las manos sobre ella para que sea salva, y vivirá.
     Fue, pues, con él; y le seguía una gran multitud, y le apretaban.
     Pero una mujer que desde hacía doce años padecía de flujo de sangre,
     y había sufrido mucho de muchos médicos, y gastado todo lo que tenía, y nada había aprovechado, antes le iba peor,
     cuando oyó hablar de Jesús, vino por detrás entre la multitud, y tocó su manto.
     Porque decía: Si tocare tan solamente su manto, seré salva.
     Y en seguida la fuente de su sangre se secó; y sintió en el cuerpo que estaba sana de aquel azote.
     Luego Jesús, conociendo en sí mismo el poder que había salido de él, volviéndose a la multitud, dijo: ¿Quién ha tocado mis vestidos?
    Sus discípulos le dijeron: Ves que la multitud te aprieta, y dices: ¿Quién me ha tocado?
     Pero él miraba alrededor para ver quién había hecho esto.
     Entonces la mujer, temiendo y temblando, sabiendo lo que en ella había sido hecho, vino y se postró delante de él, y le dijo toda la verdad.
     Y él le dijo: Hija, tu fe te ha hecho salva; ve en paz, y queda sana de tu azote.
     Mientras él aún hablaba, vinieron de casa del principal de la sinagoga, diciendo: Tu hija ha muerto; ¿para qué molestas más al Maestro?
     Pero Jesús, luego que oyó lo que se decía, dijo al principal de la sinagoga: No temas, cree solamente.
     Y no permitió que le siguiese nadie sino Pedro, Jacobo, y Juan hermano de Jacobo.
     Y vino a casa del principal de la sinagoga, y vio el alboroto y a los que lloraban y lamentaban mucho.
     Y entrando, les dijo: ¿Por qué alborotáis y lloráis? La niña no está muerta, sino duerme.
     Y se burlaban de él. Mas él, echando fuera a todos, tomó al padre y a la madre de la niña, y a los que estaban con él, y entró donde estaba la niña.
     Y tomando la mano de la niña, le dijo: Talita cumi; que traducido es: Niña, a ti te digo, levántate.

     Y luego la niña se levantó y andaba, pues tenía doce años. Y se espantaron grandemente.
     Pero él les mandó mucho que nadie lo supiese, y dijo que se le diese de comer.